De izquierda a derecha: Javier Level, Eddy Reyes Torres, Miguel von Dangel, Perán Erminy en el taller del artista
La religiosidad ancestral y
latinoamericana en la obra de Javier Level
EDDY REYES TORRES
Hablar de Javier
Level (Caracas, 1960) y de esta muestra (Espejos
de Inframundos) es tarea harto
difícil cuando hay tanto que decir para tener una visión cabal de lo que él y
su obra representan para las artes plásticas de nuestro país.
Empezaré entonces por resaltar que toda creación es el resultado de
conflictos y encuentros. Eso está más que ratificado en el trabajo artístico de
Javier. Por ello, al inicio de su carrera, él afirmaba que su creación era
absolutamente experimental y estaba dirigida a buscar nuevas posibilidades de
lenguaje y expresión. Ha sido pues una lucha, una pelea, por alcanzar la
experiencia y las formas que le son dadas al creador verdadero y maestro, algo
que comienza a despuntar a temprana edad con piezas que irrumpen como
organismos vivientes que buscan crecer en aparente desarmonía y en las que,
mediante la yuxtaposición y el ensamblaje, hace uso de materiales nada nobles,
tales como yeso, aserrín encolado, cemento, fibra de vidrio y madera. Es así
como su acto creador se manifiesta con el mismo vigor del artista maduro,
haciendo suya la expresión de William Blake: “Debo crear mi propio sistema o ser esclavo de otro hombre”.
La materialización del anterior
aserto se produce a mediados del mes de julio de 1987, cuando realiza la
tercera individual de su carrera (Fruteros,
Autorretratos y Roselias) en este “su museo”, el Museo de Arte
Contemporáneo, el centro artístico más emblemático de Venezuela y
Latinoamérica, en ese momento. Sin que medien halagos de ocasión, Roberto
Guevara, exigente crítico de la época, escribió:
Level asume un
lugar que nadie antes había intentado en la escultura venezolana, una
aproximación naturalista por su propósito de representar los reinos vivientes
que antes habían sido casi patrimonio exclusivo de la pintura (…) Cuando uno observa en conjunto la
excelente exposición individual de Level
en el MACC, una ráfaga de asombro y admiración brota con espontaneidad.
Nos sentimos ante una noticia regocijante y entusiasta que da fe de la vigencia
del medio y, lo que es todavía más importante, de su capacidad real para
renovar los supuestos de la escultura en Venezuela (El Nacional, 28 de
julio de 1987).
A partir de ahí, su camino ha
sido de continuo y sostenido ascenso que se expresa en muestras capitales -Selvas
para DanzaHoy (Sala de
Exposiciones de Interalúmina, en la ciudad de Puerto Ordaz, y en la Galería El
Muro, en Caracas, 1988); Crucifixiones,
Gárgolas y Ángeles (Galería Astrid Paredes, Caracas, 1991); La devoración de los ángeles y máscaras para
un concilio (Galería
Leo Blasini, Caracas, 1993); y Epifanías y otros devocionarios (Museo
de Arte Contemporáneo de Maracay Mario Abreu, 1994)- que ponen de
manifiesto, desde una perspectiva contemporánea, la religiosidad ancestral y
latinoamericana.
Viene
después un período de silencio y reflexión que abarca cuatro años y medio. Por
supuesto que su producción creativa continúa sin descanso, pero no tiene la
presión de mostrar lo que realiza en esa época. Ya su nombre está consolidado
en la historia de la escultura de Venezuela. Se da entonces en él un proceso
bastante curioso. A diferencia de muchos artistas que se hacen conocer en su
etapa inicial con una creación fuerte, de choque, que rompe con cánones o
convenciones del momento para realizar posteriormente un trabajo menos
irreverente, dirigido a complacer al gran público, Javier procede a la inversa.
Sin dejar de ser novedoso y por eso moderno, sus primeras esculturas están más
impregnadas de la estética de lo hermoso que de lo feo. De sus manos salen
obras fuertes y atractivas a la vez, aunque sin concesiones empalagosas. Diría
que a partir de 1992 la calología de lo feo comienza a hacerse presente en su
trabajo. En ese sentido, el artista capta a través del tiempo el mensaje que
doscientos años antes envió Hegel:
Lo que importa es que el
contenido que tenemos delante despierte en nosotros sentimientos, inclinaciones
y pasiones (…) Todas las pasiones, amor, alegría, cólera, odio, piedad,
angustia, miedo (…), pueden invadir nuestra alma bajo la acción
de las representaciones que recibimos del arte (…) Gracias al arte,
somos capaces de ser testigos entristecidos de todos los horrores, de
experimentar todos los terrores, todos los espantos, de ser sacudidos por todas
las emociones violentas (…) Lo humano es tan rico en lo bueno como en lo
malo (Hegel, Georg Wilhelm Friedrich, Introducción a la
estética, Ediciones Península, Barcelona, 1990, p. 30).
La
muerte de su padre, acaecida en 1994, será el elemento disparador de su nueva
estética. En la instalación que hace para el II Salón Pirelli de Jóvenes
Artistas, realizado en el MACSI, en 1995, encontraremos la alusión a la vida
pero también una manifiesta referencia a la muerte. “Árbol Caníbal”, de la
serie Árboles Sagrados (1999), será la más acabada representación de la
nueva ruta emprendida. Se trata de un árbol elaborado en piedra artificial,
ennegrecido y maltrecho, convertido en reservorio para el sacrificio, que en
dos de sus ramas tiene incrustada (¿cómo su fruto?) la imagen de Cristo en su
último momento vital y en sus demás partes está atravesado con enormes clavos,
dos limas sin sus respectivos mangos y un machete viejo y oxidado, sin su
empuñadura de madera. La flagelación de ese ser vegetal nos parece exagerada,
pero es la forma que encuentra el artista de llamar la atención acerca de un
hecho rutinario en el campo: la acción del campesino de traspasar con clavos o
amarrar con piedras los troncos y ramas de los árboles para favorecer la
gestación de sus frutos. Aun consciente de esa práctica ancestral, la obra no
puede ser más trágica y tenebrosa, y su propósito de desagradar al más
desaprensivo observador lo logra con creces. Nuevamente Hegel viene en su
ayuda: “Decir que el arte debe agradar, ser una fuente de placer, es asignarle
un objetivo puramente accidental, que no puede ser el suyo (Hegel, Georg Wilhelm Friedrich, o. cit.,
p. 55)”.
La
serie Cortes de piel, iniciada hacia el año 2000, algunas de cuyas obras
se exponen en esta oportunidad en Espejos de Inframundos, fue un
desarrollo importante en su nuevo camino. El proyecto surgió de la impresión
que le causaron los dibujos anatómicos que realizó Leonardo Da Vinci, a partir
de sucesivos cortes que hace de cadáveres para conocer las interioridades
secretas del cuerpo humano. Javier empezó entonces a realizar esculturas de
rostros a los cuales hizo cortes para mostrar la parte interna de los trabajos.
De esa manera lo externo y lo interno toman igual protagonismo en su abordaje
del tema de la muerte y el inframundo. Así me lo expresó en una larga
conversación que para esa época sostuvimos y en la que le destacaba que en ese
proyecto era obvia la presencia de la tanatofobia, a través de la referencia
explícita a la muerte:
Más que la muerte está el
inframundo; eso es lo que ha estado sonando en mi cabeza desde hace mucho
tiempo; es la idea de trabajar el inframundo como parte esencial de uno, como
la parte oscura del ser humano. Creo que nuestras culturas han olvidado poco a
poco lo que es el inframundo, lo importante de nuestras muertes y lo importante
que ha sido en todas las culturas el hecho de que a los muertos hay que
tenerlos, en todo momento, presentes con uno.
Hacia
el 2003, el artista trabajó intensamente en un nuevo proyecto: Los Híbridos.
Son veinte obras de gran formato, elaboradas con tejidos y vaciados de resina,
en las que se manifiestan con suma crudeza fantasmagorías terribles. La serie
se iba a exponer en el MAC, bajo la curaduría de Perán Erminy, pero
lamentablemente la exposición se canceló por circunstancias administrativas.
Ahora, la puesta en escena de Espejos de Inframundos permitirá apreciar
varias de las creaciones de la fallida muestra.
Entre
el 2004 y el 2005, Javier hizo varios “bastones
de mando”, antiguos emblemas de poder o de distinción que se supone fueron
utilizados por el jefe de la tribu o por el hechicero. La serie lleva por
nombre Bastones Híbridos y se realizaron mediante ensamblajes
incorporados a hermosísimas tallas de madera. Tres de estas ejecuciones podrán
ser vistas en esta muestra expositiva.
A partir del año últimamente indicado
interviene el espacio circundante a su taller, ubicado en el sector La Hoyadita,
vía Turgua, en el Municipio El Hatillo, diseñando y creando pequeñas
estructuras arquitectónicas (el Jardín Rosa Lunar, la Plaza de los Laberintos,
la Cúpula Pecaya, La Capilla de Paso y El Templo de Luz), en las que el soplo
espiritual y religioso se hace presente a través de formas fantásticas,
adentrándose de esa manera en la misma ruta que inició Gaudí en España y
practicó Juan Félix Sánchez, con la sabiduría ancestral del montañés, en El Tisure, humilde
poblado de Mérida. No me sorprendería que
con el paso del tiempo ese lugar mágico sea declarado Patrimonio Nacional.
En el 2006, encontramos al artista trabajando en la
serie Tabernáculos. La religiosidad de este proyecto se hace así
manifiesta: en el sagrario se guarda el Santísimo Sacramento; también es el
lugar donde los hebreos tenían colocada el arca del Testamento. Pero en los
tabernáculos de Level se exhiben radiografías de un familiar cercano que había
fallecido para esa época, junto con elementos disímiles (collares, reliquias de
Barrancas, piedras, elementos marinos, etc.) que nos acercan a la religiosidad
primitiva. La poética de este trabajo, que ahora se expone parcialmente, es
hermosa y anonadante a la vez.
En el 2007 crea un espacio permanente, anexo a su
taller, para la realización de exposiciones temáticas de su trabajo que ha
llamado La Tierra Intermedia Galería, en la que hizo su última gran muestra,
con mucha asistencia de público: IN MEMORIAM de ilustres
híbridos y transgénicos (cuarenta y cinco obras que “se erigen como
estandarte de un sincretismo fragmentado que en el fondo refleja y busca
trasmutar nuestros miedos más profundos tanto individuales como colectivos”).
En la nota crítica que se escribió se indica: “Estos bustos transgénicos son más
bien manipulaciones genéticas del artista, constructos de laboratorio. El
artista realiza una suerte de imitatio Dei, creando seres a partir de
los cuales podría surgir toda una civilización”.
Hacia 2010 comienza la serie Bustos,
distanciándose de la elemental representación de la parte superior del ser
humano. De manera efectiva, son esperpentos surreales, figuras terroríficas de
un mundo irracional. Curiosamente, cinco de esos bustos (“Andrés con cabeza de
venado”, “Roselia con plumas”, “Roselia con Caracoles”, “Crucifixión, en
homenaje a Mario Abreu” y “Escafandra con reliquias”) se acercan a la belleza
nada melosa que pudimos apreciar en Fruteros, Autorretratos y Roselias. Creo firmemente que es la vertiente de un
trabajo, sin complacencia, que exige una más extensa elaboración en el futuro. En esta exposición el público sabrá admirar un lote representativo de ese
ciclo.
En el 2016 inicia la serie Memorias, un
trabajo estrambóticamente surrealista, elaborado con resinas y materiales
heteróclitos, como se evidencia del conjunto expuesto (“Cuatro recuerdos”).
Todo ese largo y productivo trayecto recorrido por
Level tiene una fructífera coronación con esta portentosa muestra en el MAC.
Sobre ella debió referirse enteramente este texto, pero he creído -en beneficio
de los nuevos devotos que a partir de ahora se incorporarán a su religión
creativa- que un resumen apretado de su siempre ascendente carrera sería una
mejor forma de abrir las puertas a su mundo fantástico, el cual encuentra una
clara ratificación en el trabajo que ha hecho en los últimos diecisiete años.
Sólo me queda un comentario final: Javier Level tiene
ganado un lugar indiscutible entre los más prominentes escultores venezolanos y
esta segunda exposición que presenta en el MAC es la convalidación de tan importante logro.
San Francisco, 27 de enero de 2017
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